martes, 25 de mayo de 2010

LA ESPERA (ensayo literario)


Si no esperas,
lo inesperado no lo reconocerás
cuando llegue.
Heráclito de Efeso







Mientras estaba en el parque esperando a la susodicha me acometió el aburrimiento, entonces decidí poner a prueba mis capacidades deductivas con las personas que veía pasar. Siguiendo los consejos del maestro Sherlock Holmes, intenté adivinar, ya fuera por la vestimenta, por el peinado, por los zapatos o simplemente por medio de los gestos, quiénes eran las personas que caminaban por aquel lugar, a qué se dedicaban y cuál sería en el fondo el sentido de sus vidas. Por desgracia y por más empeño que puse en la elaboración de mis conjeturas, no tuve modo de confirmarlas, de modo que me sentí un tanto fracasado.
Frente a la fugaz frustración decidí ir a revisar unos libros de segunda mano que estaban en venta a orillas del parque, para ser exactos, en la banqueta, acomodados sobre un plástico. Hojeé varios y resolví llevarme un poemario de José Pedroni.
Para la espera, vale la pena una lectura ligera sin problemas de tiempo ni personajes, con textos breves y sin acción de por medio.
Volví a mi asiento de antes, la deducción pasaría a ser reemplazada por algunos poemas. Al abrir el libro y hojearlo nuevamente ahora con más tranquilidad, salió de él una fotografía, al parecer sirvió de separador al dueño o dueña anterior del libro o quizá fue una pérdida, resultado de un descuido inconsciente. La fotografía parecía tener mucho tiempo de haber sido capturada, daba la impresión de pertenecer a una época remota porque estaba tomada en blanco y negro.
En ella se observaba a una mujer de aproximadamente veinte años, dándo la espalda. Imagino lo que sufrió aquel día esa joven, justamente esperando; en su caso no optó por el parque, ni por un asiento de fierro frío como yo lo hice, prefirió improvisarse uno con su sudadera en la banqueta. Su cabello lo había acomodado con un listón en forma de moño. La sombra de los árboles fue haciendo presencia con el mayor cuidado, temiendo desesperar a la bella incógnita de ese día.
Por su acomodo corporal, parecería llevar un buen rato esperando; había adoptado ya la forma del cansancio: con las mejillas apoyadas en las manos. Mientras las horas caían sobre su alma, ella seguía esperando, la desesperación poco a poco la iba aplastando, lástima que no tuviera un tejido cerca para rememorar a Penélope. Quién esperó durante veinte años a Ulises; en ausencia del mismo, varios pretendieron su corazón, pero para ella la fidelidad estaba antes que el deseo. Durante ese tiempo se inventó una labor para el aburrimiento, que era a la vez una trampa para sus enamorados. El acuerdo que ella estableció con sus pretendientes era que iba a tejer un tapete y cuando lo terminase podría ser esposada por uno de los caballeros. No obstante, cada vez que estaba a punto de terminar, destejía el tiempo de la espera (el tapete) alimentando la esperanza del regreso de Ulises. La esperanza nunca la perdió. Ulises volvió luego de la batalla en Troya. En esta historia Penélope representa la fidelidad que es un valor de la espera.
La señorita “X” bien pudo prevenir ese aburrimiento que denotaba su postura si en esa época ya hubieran existido los celulares, pero da la impresión de que la tecnología aún no maduraba tanto y por ello su fe consistía en el tiempo y sólo en eso. En la fotografía, la muchacha aparece con un enorme reloj a su lado, se encuentra sentada junto a él, un reloj de tamaño descomunal que se hubiera caído de un edificio o de un gran anuncio publicitario. La escena tiene tintes surrealistas que hablan de la eternidad estancada, del tiempo vacío, de las horas que no pasan. ¿Cuánto tiempo llevaría ahí, sentada, esperando? No dudo que se haya levantado varias veces con un aire rígido, para ir a dar algunas vueltas por ese lugar que acaso era el espacio cotidiano del encuentro con el amante o el amigo, un lugar familiar que conocía de modo íntimo. Seguro varias veces había regresado a esa esquina con la esperanza de encontrar a la persona anhelada, y en cada retorno un nuevo semblante, no precisamente más gozoso, sino todo lo contrario: pálido, sus cejas fruncidas ya sin los trazos que da la alegría, los labios con menos color, los ojos destellando cansancio y signos de llanto. Al final, siempre regresando al lugar de antes, adoptando nuevamente la forma de una estatua.
La noche ya estaba próxima frente a mis ojos, el día cabalga de prisa cuando uno está entretenido o como metafóricamente se dice “matando al tiempo”. Esto me recuerda un verso del poeta Emilio Adolfo Westphalen: “andando el tiempo los pies crecen y maduran”, sin embargo dudo mucho que mis pies pudieran dar fruto estando yo sentado.
El parque iba quedando vacío así como el corazón de la señorita “X” fue entumeciéndose, el mismo corazón que tiempo antes de llegar a ese lugar seguramente estaba cargado de felicidad. Las hojas tiradas que se aprecian en el primer plano de la fotografía, a un lado del reloj, semejan la cara muerta de la vida, el tiempo pasado marchitándose y a la deriva.
La espera es sinónimo de satisfacción cuando llega nuestra recompensa y entonces es posible emplear la frase “valió la pena tanta espera”. No obstante, otras veces este dicho se vuelve nicho de la tristeza. A pesar de que el sevillano Gustavo Adolfo Becquer haya dicho en su rima XII “verde el color del que espera” en su poema el verde es tranquilidad, paz, y juventud. Muchas veces, cuando la expectación es demasiada, mostramos en el rostro el color ya no verde y fresco, sino el de la irritación que delata nuestras angustias. En Esperando a Godot, obra de Samuel Becket, la esperanza es fallida, es la desazón acompañada del olvido la que se presenta, y el tedio se vuelve entonces el único entretenimiento aunque suene paradójico.
La espera nunca viene sola, algunas veces se encuentra acompañada de la esperanza y otras tantas de la desazón, su gemela opuesta; entre éstas dos está la incertidumbre. Sin duda, esperar involucra tiempo y una paciencia inexorable. Nicholas Boileau Despréaux poeta francés escribió: “Procuro ser siempre muy puntual, pues he observado que los defectos de una persona, se reflejan muy vivamente en la memoria de quién la espera”. De acuerdo a esto, ser prudente con el horario de las citas es fundamental en la percepción de la propia personalidad y un antídoto contra el dolor de cabeza de ambos (contra la desesperación de quien aguarda y la angustia del que sabe que va tarde).
De cualquier modo hay que saber esperar, si se trata de esperar a una persona de quien desconocemos su puntualidad habría que elegir un lugar ignoto, sería buen pretexto para el tedio; de esa manera nuestros ojos podrían escrutar el espacio y el tiempo sería guía de la exploración, en el caso de que la persona ejerciera el arte de la impuntualidad. Pero si por el contrario, llegara a tiempo, comenzarían a conocer el lugar de la cita, en vez de acudir a preguntas triviales tales como “¿y qué tal tu día?” “¿hacia dónde vamos?” la conversación estaría plagada de impresiones que compartirían: “¡Mira, jamás creí que existiera un lugar tan distinto como el que están viendo mis ojos!”
Todos somos pacientes en algún momento. La paciencia es una virtud en aquél que sabe valerse de ella. Para Rousseau “la paciencia es amarga, pero sus frutos son dulces”; es así como debemos entender la paciencia, para poder encontrarle su buen sabor, si no fuera de esta manera jamás podríamos disfrutar de dos sensaciones emocionales como la alegría y la tristeza. Sin embargo, no hay que abusar de la paciencia ni de la espera, porque nos pueden llevar sin previo aviso al olvido de nuestra existencia, así como dijo el escritor noruego Jostein Gaarder, “uno no puede asegurarse contra el derrumbamiento de su existencia”. Hay que estar conscientes de que la paciencia puede darnos sorpresas también imprevistas, como le sucedió a la señorita “X” quien llegó a formar parte del olvido del otro, del esperado, y quedó como un recuerdo del tiempo en esta fotografía anónima y extraviada.
Después de permanecer como estatuas, la espera sirve para aflojar los músculos, adoptamos posturas por minutos, viene siendo un ejercicio, un relajamiento del alma, una especie de escape a las preocupaciones, nos olvidamos de nosotros por pensar en el otro, es como una pequeña parálisis de la vida, donde la memoria hace una pausa y entonces descansamos. Vale la pena esperar, pero no abusemos o pasaremos a formar parte del catálogo de una fotografía.
La espera puede ser tan trágica como la muerte, por esta noche yo me salvo de esa tragedia gracias a la presencia de la susodicha esperada que va llegando.

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