jueves, 23 de agosto de 2012

PRIMER LLANTO

He aquí un poema que fue publicado en la revista Molino de Letras (julio-agosto) de la Universidad de Chapingo.

Primer llanto

Madre, algunas palabras envejecieron contigo:
Golpes,  lluvias que arrastraban mi dolor morado
y yo
lloraba.
Gritos, relámpagos de trenzadas frases
y yo
lloraba.
Envejeció el “¡Guarda silencio!” en un murmullo
sobre la mesa familiar
el día que el odio se atoró en los ojos de mi padre
y tú apretabas los dientes crepitando temor 
mientras yo lloraba.
Envejeció y murió el suave “¡Compórtate!”
fusilado un domingo de  misa
con la bala de tu puño
y yo
                        lloraba.
Madre, a tus pomposas palabras les brotaron arrugas
y mis tardes encanecieron lejos de tu boca —asilo de advertencias—,
lejos de tu sombra  —delantal de mi cuerpo—.
Madre, hoy vengo acompañado de mi mala costumbre ─el llanto─
para obsequiarte la joven palabra: “Descansa.”

jueves, 16 de agosto de 2012

Brevedades de lo efímero


Mis vacaciones de dos semanas fueron en realidad, una nostalgia, provocada por un tercero he de decir.
No puedo describir sensaciones que jamás he vivido o experimentado, sin embargo sé suponer los afectos de las realidades humanas.
Hace un  mes falleció la esposa de ese señor que vive ahí, en esa casa de terreno amplio me dice mi hermana mientras enjuaga algunas prendas. La tarde en ese momento era de cielo despejado, de perros echados en la calle mordiéndose el lomo.
Pobre señor, creo que hace una semana perdió su trabajo prosigue mi hermana mientras yo acierto con un movimiento con la cabeza. La tarde termina su turno y a continuación la noche llega con sus innumerables ruidos, es entonces cuando veo subir la calle a un hombre que se dirige a su casa, a esa casa de terreno amplio. Avanza con una paciencia terrible, se detiene, observa a su alrededor y justo en la puerta principal recarga su brazo y posteriormente  sobre éste, su cabeza con sombrero de paja, consigo darme cuenta que el hombre está llorando, llora con el clima frio de costumbre, escupe, se seca las lagrimas con el antebrazo, al parecer es inevitable,  agacha la cabeza y entonces escucho su llanto. Le comento a mi hermana lo acontecido y ella con gran tristeza comenta.
Pobre señor, de verdad siento mucha tristeza por él, pues su hijo que apenas tenía diez y siete años, embarazó a su novia, dejó la escuela y se puso a trabajar, desde entonces al joven también lo noto muy triste, jamás los he visto juntos, nunca he visto que salga con su “ahora esposa” llega de trabajar temprano y se va a caminar al parque, alguna vez me lo encontré ahí sentado, arrojando piedras al azar y cuando, al parecer, se aburre, regresa a su casa, de ahí no vuelve a salir hasta el día siguiente.
No puedo decir nada, comparto la nostalgia ajena y sin embargo me siento parte de esa incidencia. Y así transcurrieron, dos días, tres, una semana y finalmente dos, en que veía llegar a ese señor con la escena nada gratificante para mi alma. No soy nada para poder alterar padecimientos del corazón, pero me pregunté ¿cómo podría superar yo la muerte de mi esposa, más si fue la mujer que amé durante ese transcurso de mi vida? Por supuesto que no obtuve la respuesta, menos ahora que lo he repensado.  Podría adelantarme a conjeturar: Llorar, llorar como aquél hombre hasta comprender que la paz se adquiere a través del tiempo. Y ya entrado en llantos (y no es ironía, como acostumbro) sino, padecimiento humano, dejo acá el poema de Oliverio Girondo mientras lo releo acompañado de un timbre de voz inentendible debido a algunas lágrimas.
Llorar a lágrima viva...

Llorar a lágrima viva.
Llorar a chorros.
Llorar la digestión.
Llorar el sueño.
Llorar ante las puertas y los puertos.
Llorar de amabilidad y de amarillo.
Abrir las canillas,
las compuertas del llanto.
Empaparnos el alma, la camiseta.
Inundar las veredas y los paseos,
y salvarnos, a nado, de nuestro llanto.
Asistir a los cursos de antropología, llorando.
Festejar los cumpleaños familiares, llorando.
Atravesar el África, llorando.
Llorar como un cacuy, como un cocodrilo...
si es verdad que los cacuíes y los cocodrilos
no dejan nunca de llorar.
Llorarlo todo, pero llorarlo bien.
Llorarlo con la nariz, con las rodillas.
Llorarlo por el ombligo, por la boca.
Llorar de amor, de hastío, de alegría.
Llorar de frac, de flato, de flacura.
Llorar improvisando, de memoria.
¡Llorar todo el insomnio y todo el día!

viernes, 3 de agosto de 2012