miércoles, 22 de diciembre de 2010

LA PRIMERA CARTA A LA MUSA

A. Mi querida lectora
(No pretendo condenarla en una desesperación de lectura)

¿Su nombre? Francamente no lo sé pero la he llamado Esperanza, aunque la esperanza siempre es una divagación vana hacia el futuro y muchos la hemos adoptado quizá como una fe y por eso la he elegido como un sustituto de su verdadero nombre.

¿Motivos para escribirle? La bella ofuscación que me irradia el centelleo verde y misterioso de sus ojos cada vez que vengo a verla en este cuarto acompañada de maquinas y papeles que asemeja a un cuadro que enmarca su bien definido rostro sublime adornado con elegantes pecas diminutas que se exhiben curiosas y en sus mejillas se percibe el color rosa que pocas veces hace acto de travesura.
—Antes de proseguir, me disculpo de antemano, el no poder decirle todo esto con mi inquietante voz—
Aunque Jaime Sabines diga y recalque que las mejores palabras de amor están entre dos seres que no se dicen nada, lamento oponerme a su idea poética, pues mi inquietud me ha conducido a soltarle estas palabras quizá no amorosas pero sí disfrazadas con la intención.
¿Recuerda cuando le entregué el café? le diré lo que significó. Desde mi perspectiva fue un acto glorioso, ya lo venía planeando dos semana antes, pero el nerviosismo, como siempre sucede en muchos; me inmovilizaba, y cada vez que iba a la cafetería por un café que supuestamente era para usted, me lo terminaba tomando, por eso el aroma del café jamás llegaba a la papelería, su lugar de trabajo. En mi vida había realizado semejante acto, cierto, soy tímido y nunca supe en qué momento y de que manera me decidí, pero lo mejor es que el café por fin había llegado a su escritorio, a sus manos y a sus labios.
En ese momento quedé satisfecho, pero fue breve, por eso le escribo estas líneas. Además confieso que no escribo sólo por el hecho de escribirle. No, todo acto siempre lleva un propósito y el mío en este caso es: que tenga conocimiento de que me gusta, y no me refiero a ese gusto precipitado carente de emociones, sino un gusto que encierra la energía del sentimiento amoroso, preferible es decirle eso de una vez, puede que el tiempo se ponga celoso de mi confesión y me aniquile antes de que usted sepa mis ideas afectuosas.
—No se desespere, ya casi termino—
Ya sabe que me dedico a la poesía ¿verdad? O por lo menos comienzo a involucrarme en ella; pues los poemas que les he venido a sacar copias con usted, me delatan. Verá, desde que la vi, no diré que hubo “amor a primera vista” pero sí “inquietud a primera vista”, en mis ideas fantasiosas usted circuló como una imagen poética, como una musa, no obstante decidí negarme a ello, porque la poesía es un mundo iluso y todo lo que o los que habitan en ella son mera fantasía, y usted es tangible, visible y debido a mi suposición, accesible.
—Ya termino—
Me disculpo si le quité tiempo, sé que tiene mucho trabajo, eso de maniobrar con papeles y maquinas hacen que nuestra memoria se base en la impaciencia; pero era necesario esta manifestación o discurso como quiera llamarlo.
Esta carta podría abarcar más pero por ahora no lo pretendo. Lo que me gustaría, sería poder conversar a viva voz con usted, en un café, en la escuela, en una fonda económica, en el camión, en la entrada de algún lugar etc. También puede elegir. Sin más, si no quisiera que siguiera con mis confesiones y limitar esta sinceridad, no me molestaría en lo absoluto que me lo dijera, sólo era seguirle los pasos a mis sentimientos que hurgaron sus ojos.
Para terminar dígame algo, que opina ¿puedo proseguir? cuénteme, inquiéteme, alégreme. O ¿gusta un café? pero tendría que acompañarme ya que casi me caigo la otra vez con todo y café, es cierto yo no sé maniobrar. ¿Puedo seguirle escribiendo? Si usted me dice que sí, estaré de vuelta con una segunda carta, pero si dice que no, estaré de vuelta por unas copias más de la clase rutinaria.

Y muchas gracias.

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