domingo, 13 de junio de 2010

LA NECEDAD DEL VIENTO (ensayo literario)

De niño siempre escuchaba la queja de mi madre acerca del viento, que porque éste se llevaba la ropa, que porque revolvía la basura que ya estaba lista para echarse al bote. A mí no me incomodaba el viento, inclusive era primordial para mi diversión con el papalote, pues sin el viento el pájaro de papel parecía deprimirse echado como perro en el suelo.
Cuando alcancé la edad de la adolescencia y tenía por compañía ya no a mi madre sino a una novia, ella manifestaba quejas más personales y no tan generales como las de mi progenitora. Sus lamentos principales consistían en el despeinado, en la basurita en el ojo y en el escándalo que el viento provocaba a sus oídos. Aunque a veces quisiera pensarlo, no fue del viento la culpa que la relación fracasara, es naturaleza de la vida que todo termine.
Cuando uno está en la edad del deseo por descubrir, la impaciencia nos conduce ciegamente, ya lo decía Antonio Porchia “buscando lo que deseo voy perdiendo el deseo de lo que busco” Entonces uno entiende que la vida es la vida y que la muerte es la muerte y que no existe manera de explicar estas dos paradojas del ser humano, sino afrontándolas en este mundo. Después de todo el viento es el viento, y las quejas son las quejas.
Al viento no hace falta nombrarlo para que se presente, él posee libertad, autonomía, una vida superior a la nuestra, y una muerte ambigua. Respecto a la libertad “no consiste en tener un buen amo, sino en no tenerlo”, eso dijo Cicerón y el viento le tomó la palabra, por eso se cree dueño de todo, de las cosas diminutas hasta de las cosas superiores como el hombre; pues el hombre se sabe superior a todo lo que lo acompaña en este mundo, su mundo.
La muerte es la última evolución del ser humano, pero debido a nuestra aferrada fe, creemos en una nueva vida posterior a este fenómeno, pero no todos comparten esta perspectiva, para Salvador Elizondo “la muerte es la conclusión de un silogismo cuyas premisas casi siempre son confusas” Ya sea la última evolución o la conclusión, para el viento esas definiciones vienen siendo vanas. Él es inmortal y además etéreo como afirmó Frank Herbert “Si deseas la inmortalidad, niega la forma. Todo cuanto posee forma, posee mortalidad. Más allá de la forma se encuentra lo informe, lo inmortal “.
Quizá por ello, para los antiguos el viento sólo podía ser carácter de un Dios. En la mitología griega, los Anemoi (en griego antiguo “vientos”) eran los dioses del viento, que muchas veces tomaban la forma de caballos encerrados en los establos de su señor y gobernante Eolo, hijo de Hípotes, que se encargaba de liberarlos o aprensarlos a su antojo. En la cultura prehispánica, Ehecatl, una de las advocaciones del célebre Quetzalcoatl, fue el dios del viento de los prehispánicos y éste se enamoró de una muchacha humana llamada Mayáhuel y brindó a los hombres la capacidad de amar, para que ella pudiera corresponderle. De acuerdo al mito azteca, tras la creación del quinto sol, éste estaba quieto en un lugar del cielo, al igual que la luna, hasta que el dios Ehecatl sopló sobre ellos y les motivó su movimiento. Por eso no es de sorprenderse que cuando tenemos a la amada en brazos, pase el viento a coquetearle la cabellera con una suavidad como afirma Fernando Pessoa “leve, leve, muy leve, un viento muy leve pasa, y se va, siempre muy leve”.
El viento es la fantasía de la naturaleza, por eso no le dio cuerpo, prefirió obsequiarle su libertad y consentirle su deseo, y no es que sea vanidoso con su vestimenta fantasmal, tampoco que su especialidad consista en destruir castillitos de arena o forcejear con los árboles hasta desprenderlos de la vida; como los torbellinos que son más inquietos, más tercos. Nada de eso, sucede que no sabe comportarse como los seres de cuerpo perceptible, los de cuerpo impalpable se rigen bajo su propio reglamento de vida, tienen una conducta difícil de ser interpretada por los ojos del hombre.
El guionista Carlos Enrique Taboada, tituló su más famosa película Hasta el viento tiene miedo. En ella no solo sirvió para ambientar el escenario, sino también fue un elemento central en la trama. En las películas de terror siempre ha sido como un alma errante, una especie de suspiro de la muerte.
Sin embargo, ésta presencia envolvente no sólo sirve para titular cintas, también tiene funciones casi secretas, como sucede “En el jardín” un ensayo breve de Hugo Hiriart, en él se dice que los jardines no son la perfección inmóvil que solemos imaginarnos “solo en apariencia está quieto. Su armonía es precaria, esa sustancia verde es inestable como la dinamita” Ese jardín se mueve con las caricias de Ehecatl y no sólo el jardín de Hiriart, también los árboles y las piedras, parientes de la monotonía, han de relajarse con los masajes del dios mesoamericano. La mayor labor de esta energía consiste en desahuciar la contaminación, ese polvo que se arrastra en los rincones de la ciudad de México y de nuestra vida, visto por Alfonso Reyes, como una amenza “mordemos con asco las arenillas. Y el polvo se agarra en la garganta, nos tapa la respiración con las manos. Quiere asfixiarnos y quiere estrangularnos” sin la ayuda del viento, sería muy probable que este polvo lograra su objetivo.
Esta corriente de aire que muchas veces peca de desgracia, y destruye casas por completo, es visto como una amenaza, pero ¿Acaso alguien está exento del pecado? Decía Albert Camus “¿Pero quién se atrevería a condenarme en este mundo sin juez, donde nadie es inocente?” El hombre por desgracia ya nace con eso; según la Biblia, Eva fue la primera en cometer ese acto, así que todos los que venimos de ahí heredamos en cierto modo el pecado.
Aún pensando que el viento tiene ánimo destructor y pecaminoso ¿Qué se puede hacer contra él, que no sucumbe ante las malas palabras, mucho menos ante un cuchillo en mano o llegando al grado extremo, frente a un revólver? Nada, no se puede hacer nada; como es imposible hacer algo en contra de Dios cuando le atribuimos muchas veces nuestro infortunio y nos quedamos sujetos a aceptar nuestra desgracia. La única salida que podría hallar el hombre, sería homenajearlo, ofrecerle un día, así como el día del abuelo, día del padre, si cualquier pretexto es digno para inventar tiempos de asueto, ¿Por qué el viento no merecería tal homenaje? ¿Qué acaso el viento no estuvo presente desde el inicio de este mundo? La tierra y el viento siempre han sido amantes inseparables, tienen el mismo año, la misma vida, son los iniciadores de la existencia, así como las cucarachas para José Emilio Pacheco: “nos ven como los invasores extranjeros, los ocupantes bárbaros de su viejo planeta, son las dueñas de la tierra”. De igual modo, el viento ha estado ahí, antes que los seres humanos. Y por supuesto nos sobrevivirá.
Un domingo, cualquier domingo sería el día del viento, en el parque volarían papalotes, los perros felizmente irían corriendo detrás de una bolsa, los amorosos imaginarían cosquilleos en su corazón al sentir una ráfaga de viento en sus rostros, y uno que otro viejo regresaría con una prisa inexplicable por su sombrero, entonces se familiarizarían con el viento y a nadie se le olvidaría cuando le preguntaran, ¿Qué se festeja el domingo?
Aunque algunos le temen, el viento no es una amenaza, de hecho es una necesidad primordial para la existencia de los seres vivos, ¿Con qué ayuda realizarían los pájaros sus espectaculares vuelos, o hasta el mismo Superman? ¿Quién daría vida a las mareas? ¿Quién se encargaría de hacer a un lado a las nubes, y poder contemplar el sol? Y cuando estamos solos en el cuarto, carentes de visitas, ¿Quién rasgaría desesperado las cortinas, las ventanas y la puerta? No hay mejor huésped de confianza que el viento.
El viento es una presencia extraña, intangible, no obstante salvaje en sus maniobreos, por inocente que parezca. Comienza a probarse a sí mismo formando minúsculos remolinos con apenas un cascarón de naranjas, hojas secas y uno que otro cadáver de mosquito disecado, porque el anhelo de todo viento es algún día llamarse tornado, ciclón o huracán pues es entonces cuando llega a su grado de madurez y pasará a ser respetable y visible por el hombre, por el momento es sólo una presencia desapercibida.
En pleno verano, cuando el sol acecha con furia; una sombra de árbol, o un ligero viento que pase a acariciarnos el cuerpo, viene siendo una dicha.

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